Entonces volví a soñar esa avenida, esas plantas y esas personas. Solo que esta vez, un ambiente de color verde me rodeaba. Caminé, como siempre escuchando esa música.
El metro tenia unas rejas doradas adornadas preciosamente, y adelante estaba la calle convertida en un gran escenario, en un teatro griego.
Habia gente mirando hacia abajo. Espaldas, ropa, cabello, que pude reconocer. Me dió miedo. Mis piernas pesadas, no me dajaban caminar. Tuve que agarrarme de las rejas para poder impulsar mis piernas y seguir mi camino. Siempre con la cabeza hacia el frente, pero mirando a todas partes con movimientos rápidos.
Creo que pude reconocer a alguien en especial, solo que preferí pasar en silencio y no hacer nada más. Quería que me viera, pero también quería que me ignorara. En cambio me tocó. Con su largo brazo, logró alcanzarme y tocó mi barriga. Volteé despacio y sonreí tímidamente. Él también sonrió, al mismo tiempo que cerraba sus ojos y emitía aquel peculiar sonidito tan suyo, como un leve gemido, como pujando para que salga más felicidad de su boca.
Solo con su mano pudo quitar esa especie de cadenas que me hacían tan lenta, y pude acercarme ágilmente a él. Tenía puesto un suéter azul de cuello en V, que le quedaba un poco grande; pero se veía tan bien.
Me saludó y me rodeó con sus brazos. También lo abracé, y presioné mi cara y mi cuerpo contra el suyo. No tuvimos que decirnos mucho, para sentir aún esa calidez con la que siempre me recibía.
Luego empezó una conferencia, y entre las pocas preguntas que le hice descubrí que estaba estudiando Q.F.B. Fué extraño, porque nunca lo mencionó y me pareció que iba en contra de su naturaleza, más libre. Hubo un largo silencio, pero lo disfruté a su lado; hasta que unas gordas empezaron a molestarme. Su presencia y sus risas estúpidas, tratandome de tomar una foto; me dieron asco.
Tuve que decirle que ya me iba. Me acompañó hasta la entrada del metro, porque debía volver. Nos quedamos de frente mirándonos, preguntándonos qué haríamos ahora. Seguíamos sin decir algo. Solo podía implorarle con los ojos que no se fuera, que se quedara y me abrazara de nuevo; que quería estar con él. Él solo podía mirarme fijamente, implorando que comprendiera, que tal vez nunca lo volvería a ver aunque también quisiera estar conmigo. Ambos observándonos, descifrando las palabras en los ojos; reflejándonos el uno al otro.
Sabíamos que queríamos estar juntos. Esperamos a que alguien dijera algo, pero ninguno de los dos lo hizo.
El metro tenia unas rejas doradas adornadas preciosamente, y adelante estaba la calle convertida en un gran escenario, en un teatro griego.
Habia gente mirando hacia abajo. Espaldas, ropa, cabello, que pude reconocer. Me dió miedo. Mis piernas pesadas, no me dajaban caminar. Tuve que agarrarme de las rejas para poder impulsar mis piernas y seguir mi camino. Siempre con la cabeza hacia el frente, pero mirando a todas partes con movimientos rápidos.
Creo que pude reconocer a alguien en especial, solo que preferí pasar en silencio y no hacer nada más. Quería que me viera, pero también quería que me ignorara. En cambio me tocó. Con su largo brazo, logró alcanzarme y tocó mi barriga. Volteé despacio y sonreí tímidamente. Él también sonrió, al mismo tiempo que cerraba sus ojos y emitía aquel peculiar sonidito tan suyo, como un leve gemido, como pujando para que salga más felicidad de su boca.
Solo con su mano pudo quitar esa especie de cadenas que me hacían tan lenta, y pude acercarme ágilmente a él. Tenía puesto un suéter azul de cuello en V, que le quedaba un poco grande; pero se veía tan bien.
Me saludó y me rodeó con sus brazos. También lo abracé, y presioné mi cara y mi cuerpo contra el suyo. No tuvimos que decirnos mucho, para sentir aún esa calidez con la que siempre me recibía.
Luego empezó una conferencia, y entre las pocas preguntas que le hice descubrí que estaba estudiando Q.F.B. Fué extraño, porque nunca lo mencionó y me pareció que iba en contra de su naturaleza, más libre. Hubo un largo silencio, pero lo disfruté a su lado; hasta que unas gordas empezaron a molestarme. Su presencia y sus risas estúpidas, tratandome de tomar una foto; me dieron asco.
Tuve que decirle que ya me iba. Me acompañó hasta la entrada del metro, porque debía volver. Nos quedamos de frente mirándonos, preguntándonos qué haríamos ahora. Seguíamos sin decir algo. Solo podía implorarle con los ojos que no se fuera, que se quedara y me abrazara de nuevo; que quería estar con él. Él solo podía mirarme fijamente, implorando que comprendiera, que tal vez nunca lo volvería a ver aunque también quisiera estar conmigo. Ambos observándonos, descifrando las palabras en los ojos; reflejándonos el uno al otro.
Sabíamos que queríamos estar juntos. Esperamos a que alguien dijera algo, pero ninguno de los dos lo hizo.
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