Eres una pequeña persona de piel verde. Tienes escamas en los pies. Flotas en el aire puro de la Ciudad de México rodeado de más gente de colores. Todos bailan sin parar con los ritmos veracruzanos.
Despiertas. Hace mucho frío. Deseas cinco minutos más para poder dormir. Sabes que tienes que ir a la escuela para tener un día el control de tu propia casa. Masticas tu desayuno al ritmo de una canción que pusieron en la estación El Fonógrafo. Lavas los platos al son de una tonada que inventas en tu cabeza con la ayuda del agua.
Te metes a bañar. Empieza el gran concierto del estudiante soñador en la comodidad de su ducha. Presentas tu reciente sencillo titulado Tranquilo como el pez.
Caminas a la parada con los audífonos puestos. Te subes al camión viejo camión en el que se oye una vieja canción norteña de desamor. Tú escuchas la maravillosa lista de reproducción de otoño que preparaste. Duermes con el arrullo de tu magnífico gusto musical.
Caminas como si fueras un galán de Hollywood. Piensas que todos admiran tu andar al estilo de John Travolta. Llegas a tu salón con los audífonos puestos. No ocurre mucha cosa interesante para contar en este relato musical. Solo escuchas la melodiosa voz de aquella chica pequeña con larga cabellera negra. Apenas oíste los gritos desafinados de los maestros.
Regresas a tu casa con la batería baja de tu reproductor de música. Escuchaste toda la programación de la estación salvajemente grupera.
Llegas cansado a tu cuarto. Debes hacer tarea. Primero prendes la computadora. Eliges música para olvidar las tonadas extrañas del camión. Te avientas a la cama con los zapatos puestos. Piensas en la chica de las gafas azules. Te quedas dormido. Sueñas con personas de cabello azul con aletas en la cabeza. Todos bailan sin parar ritmos norteños.
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