Ya basta de ocultar lo feo. Basta, de soñar solo con lo lindo, si no eres ni la mitad de lo que fué Enrique.
Estoy cansada. Débil, de estar tan triste; de que mis párpados ya no pueda sostener. Ya no quiero sentir esta amargura, quiero probar los deliciosos sabores de la vida, disfrutar de nuevo.
Es verdad, me hiciste la chica más feliz por un tiempo que pareció ser agua entre mis manos. Pero también me diste las bofetadas más terribles y casi imperceptibles, que solo a uno he permitido. No te iba a dejar continuar, y fue por eso que pasó lo que ambos conocemos.
Tantas promesas...
Yo no sé si ahora me detestas; pero debo decir que si no es asi, por tus actitudes, no tengo otra cosa qué pensar.
¿Y para qué llorar? ¿para qué sentirme culpable? Si esto no es problema de uno, sino un asunto de dos.
Ya no sé si darte las gracias por esos instantes tan mágicos, o si maldecirte por haberme hecho vulnerable.
Pero hoy me decidí. No voy a escribirte, y si lo hago jamás lo entregaré como todo lo demás. Nunca. Porque te odio, te odio con todo mi corazón, aquél con el que alguna vez te amé tanto y demás; y con todo mi dolor, que espero que sea el mismo o más que sientas tú.
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